lunes, 2 de mayo de 2011

Creer para ver

Dichosos los que no han visto y, sin embargo, creen.
Juan 20:29
La mayoría de los terrícolas dice que necesitan ver para creer. Una señora que peina canas dice: "Ah, si yo no lo veo con mis propios ojos, yo no lo creo", y un adolescente de 15 años dice: "Hasta que no esté ahí y pueda vivirlo yo mismo, no creo que sea así”.

Por un lado, esa perspectiva parece muy lógica. Si uno ve algo con sus propios ojos, automáticamente se convierte en un testigo, y no tiene dudas de que así ocurrió o que determinada realidad es así. Por otro lado, el momento en el que vemos con los ojos físicos es el momento en el que dejamos de tener "fe".
Hebreos 11:1 nos dice que "fe" es tener la certeza de algo que no vemos. Por eso, Jesús dijo: "Bienaventurados los que creen sin haber visto". Y es que creer sin haber visto es sinónimo de tener fe, y todos sabemos que es por la fe que podemos relacionarnos con Dios y vivir la aventura del cristianis­mo. La lógica, lo seguro y lo concreto no siempre son garantía de sabiduría. Fue la fe de quienes creyeron sin ver la que creó las invenciones que cambiaron la historia de las posibilidades humanas o formuló teorías que cambiaron el rumbo de la ciencia.

Leonardo da Vinci tuvo fe de que se podía volar. Graham Bell tuvo fe de que podíamos comunicarnos a kilómetros de distancia con un aparato de por medio. Edison tuvo fe de que podía haber ciudades iluminadas por una luz artificial. Albert Einstein tuvo fe de que la luz se mueve en una línea derecha en un espacio vacío, sin importar cual sea la pers­pectiva de dónde lo miremos. Cuan­do primero lo escribió, pocos lo entendie­ron y muchos físicos lo dudaron.

Pocos años después, la teoría se probó primero con unos espejos en un tren y luego le dieron el premio Nóbel de física, al descubrir que la llamada teoría de la relatividad de la luz y el movimiento era cierta. En el caso de millones de ejemplos, es evidente que muchas veces hay que primero creer para después poder ver. Así también es con Dios.

Cuando le creemos a Dios, empezamos a ver su mano actuar en nosotros. Cuando confiamos en Él, es que empezamos a experimentar su dirección. Al tener fe, vemos a Dios actuar más.

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